29/3/2013 - Viernes Santo - Semana Santa
1ª lectura: Él fue traspasado por nuestras rebeliones
Lectura del libro de IsaÃas 52, 13-53, 12
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecÃa hombre, ni tenÃa aspecto
humano, asà asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo
inenarrable y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote, como raÃz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por
nuestros crÃmenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos corno ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crÃmenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abrÃa la boca; como cordero llevado al
matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecÃa y no abrÃa la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no habÃa
cometido crÃmenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su
descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crÃmenes de ellos.
Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado
de muchos e intercedió por los pecadores.
Salmo: Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espÃritu.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espÃritu: tú, el Dios leal, me librarás. R.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mi.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil. R
Pero yo confÃo en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares; lÃbrame de los enemigos que me persiguen. R.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor. R.
2ª lectura: Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos:
Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado
el cielo, Jesús, Hijo de Dios.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado
en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la
gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.
Cristo, en los dÃas de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presento oraciones y súplicas al que
podÃa salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió,
sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen
en autor de salvación eterna.
Evangelio: Prendieron a Jesús y lo ataron
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1-19, 42
Prendieron a Jesús y lo ataron
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discÃpulos al otro lado del torrente Cedrón, donde habla
un huerto, y entraron allà él y sus discÃpulos. Judas, el traidor, conocÃa también el sitio, porque Jesús
se reunÃa a menudo allà con sus discÃpulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de
los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo
todo lo que venÃa sobre él, se adelantó y les dijo:
+ - «¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. - «A Jesús, el Nazareno.»
C. Les dijo Jesús:
+ - «Yo soy.»
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles:«Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó
otra vez:
+ - «¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. - «A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús contestó:
+ - «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mi, dejad marchar a éstos.»
C. Y asà se cumplió lo que habla dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.»
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la
oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ - «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»
Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judÃos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás,
porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que habla dado a los judÃos este consejo:
«Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»
Simón Pedro y otro discÃpulo seguÃan a Jesús. Este discÃpulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús
en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discÃpulo, el conocido
del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacia de portera dijo entonces a Pedro:
S. - «¿No eres tú también de los discÃpulos de ese hombre?»
C. Él dijo:
S. - «No lo soy.»
C. Los criados y los guardias hablan encendido un brasero, porque hacia frÃo, y se calentaban.
También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discÃpulos y de la doctrina.
Jesús le contestó:
+ - «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga
y en el templo, donde se reúnen todos los judÃos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por
qué me interrogas a mÃ? Interroga a los que me han oÃdo, de qué les he hablado. Ellos
saben lo que he dicho yo.»
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allà le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. - «¿Asà contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
+ - «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué
me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discÃpulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. - «¿No eres tú también de sus discÃpulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. - «No lo soy.»
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. - «¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio
para no incurrir en impureza y poder asà comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y
dijo: S. - «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. - «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregarÃamos.»
C. Pilato les dijo:
S. - «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C. Los judÃos le dijeron:
S. - «No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C. Y asà se cumplió lo que habÃa dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. - «¿Eres tú el rey de los judÃos?»
C. Jesús le contestó:
+ - «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mi?»
C. Pilato replicó:
S. - «¿Acaso soy yo judÃo? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mÃ; ¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
+ - «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habrÃa luchado para
que no cayera en manos de los judÃos. Pero mi reino no es de aquÃ.»
C. Pilato le dijo:
S. - «Conque, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ - «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de
la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C. Pilato le dijo:
S.- «Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judÃos y les dijo:
S. - «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno
en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judÃos?»
C. Volvieron a gritar:
S. - «A ése no, a Barrabás.»
C. El tal Barrabás era un bandido.
¡Salve, rey de los judÃos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas,
se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a
él, le decÃan:
S. - «¡Salve, rey de los judÃos!»
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
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S. - «Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. - «Aquà lo tenéis. »
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. - «¡CrucifÃcalo, crucifÃcalo!»
C. Pilato les dijo:
S. - «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C. Los judÃos le contestaron:
S. - «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.»
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asusto aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. - «¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. - «¿A mi no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
+ - «No tendrÃas ninguna autoridad sobre mi, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha
entregado a ti tiene un pecado mayor.»
¡Fuera, fuera; crucifÃcalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judÃos gritaban:
S. - «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.»
C. Pilato entonces, al oÃr estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el dÃa de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodÃa.
Y dijo Pilato a los judÃos:
S. - «Aquà tenéis a vuestro rey.»
C. Ellos gritaron:
S. - «¡Fuera, fuera; crucifÃcalo!»
C. Pilato les dijo:
S. - «¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. - «No tenemos más rey que al César.»
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice
Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judÃos.»
Leyeron el letrero muchos judÃos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latÃn y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judÃos dijeron a Pilato:
S. - «No escribas: “El rey de los judÃos”, sino: “Éste ha dicho: Soy el rey de los judÃos.”»
C. Pilato les contestó:
S. - «Lo escrito, escrito está.»
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado,
y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. - «No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca. »
C. Asà se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.»
Esto hicieron los soldados.
Ahà tienes a tu hijo. Ahà tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, MarÃa, la de Cleofás, y MarÃa,
la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discÃpulo que tanto querÃa, dijo a su madre:
+ - «Mujer, ahà tienes a tu hijo.»
C. Luego, dijo al discÃpulo:
+ - «Ahà tienes a tu madre.»
C. Y desde aquella hora, el discÃpulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo habla llegado a su término, para que
se cumpliera la Escritura dijo:
+ - «Tengo sed.»
C. HabÃa allà un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña
de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ - «Está cumplido.»
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espÃritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judÃos entonces, como era el dÃa de la Preparación, para que no se quedaran los
cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un dÃa solemne, pidieron a Pilato
que les quebraran las piernas y que los quitaran, Fueron los soldados, le quebraron las
piernas al primero y luego al otro que hablan crucificado con él; pero al llegar a Jesús,
viendo que ya habla muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con
la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio,
y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis.
Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar
la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discÃpulo clandestino de Jesús por miedo
a los judÃos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él
fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también NÃcodemo, el que habla ido a verlo de
noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a
enterrar entre los judÃos. HabÃa un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un
sepulcro nuevo donde nadie habÃa sido enterrado todavÃa. Y como para los judÃos era el dÃa
de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allà a Jesús.




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